A veces, basta un pequeño momento para cambiarlo todo. El Camino me enseñó que la vida no siempre necesita un plan perfecto, sino a menudo solo el valor de seguir al corazón. Y así, ese pequeño paso se convirtió en una vida completamente nueva, llena de gratitud, aventuras y encuentros inesperados.
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¡Casi todos los peregrinos lo saben! Cuanto más te acercas a Santiago, más miras a izquierda y derecha del camino. "¿Cómo sería mi vida en el Camino?" "¿Dónde podría vivir en el Camino?"
¡Yo no fui una excepción! Aun así, intentaba sacar estos pensamientos de mi cabeza todos los días... ¡sin éxito!
¡La casa, a la izquierda del Camino, en el último día de mi peregrinación, me encontró! ¡Pero no estaba en venta! Y, en el fondo, no estaba lista para dar ese paso. No fue hasta siete Caminos y cinco años después, la misma noche en que volví a casa después de mi último curso de permacultura, que Marie Carmen me llamó: "¡Ahora queremos vender la casa, junto con el gran terreno!"
¡Inmediatamente lo vendí todo! Empaqué mis cajas, contraté una mudanza, recogí a mis perros y me mudé a una casa que había estado vacía durante décadas. ¡Sin calefacción! ¡Moho desde el suelo hasta el techo! ¡Un jardín que era más bien un campo!
¡Y aun así, era más feliz que nunca!
Quería cultivar mis propias verduras, cosechar mi propia fruta y apoyar a los peregrinos en su camino a Santiago de Compostela.
Abrí mi jardín, preparé agua y café, horneé pasteles todos los días y cuidé pies doloridos.
Y entonces, el Camino comenzó a cuidar de mí: ¡me envió peregrinos completamente agotados! Los primeros durmieron en el suelo del vestidor. No estaba preparada para recibir peregrinos. Unos días después, les di mi habitación a dos peregrinas. ¡Y cada vez llegaban más peregrinos!
Seguí a mi corazón, sin miedo a un futuro incierto, ¡y fui recompensada!
Desde abril de 2012, termino cada día con una palabra: **GRACIAS.**
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